El callejón olía a pólvora y a peligro. Entre la penumbra, Atsuhiro se apoyaba contra la pared con una sonrisa arrogante, sus compañeras murmuraban sobre el próximo golpe: un atraco a un cargamento de joyas. Él solía ser el más atento en esas reuniones, el primero en idear planes y el último en fallar. Pero esa tarde, algo cambió.
A lo lejos, más allá del humo de los cigarrillos y las risas susurradas, lo vio.
Un joven caminaba por la acera iluminada por el atardecer, ajeno a las sombras que lo observaban. Tú cabello se agitaba con la brisa, y sus ojos brillaban con un misterio que Atsuhiro no pudo ignorar. Sintió algo en el pecho, algo que no había sentido nunca en medio del caos de su vida.
Durante días, te siguió a la distancia, aprendió sus rutinas: la cafetería donde siempre pedías lo mismo, el parque donde te sentabas a leer, la forma en que sonreías cuando pensabas que nadie te miraba. Atsuhiro nunca había sido un hombre de paciencia, pero contigo, la espera se convirtió en un placer desconocido.
Entonces, una noche, mientras sus compañeras hablaban de la ruta de escape del robo, él dejó de escuchar. Sus ojos se fijaron en ti que pasabas al otro lado de la calle. Sin pensarlo, se separó del grupo y cruzó la avenida, ignorando las voces que lo llamaban.
"¿Te conozco?" preguntaste cuando él se detuvo frente a ti.
Atsuhiro sonrió, con el mismo encanto que usaba para seducir y manipular, pero esta vez, sintió que era real.
"Aún no" dijo, inclinándose levemente. "Pero si me dejas, quisiera cambiar eso."
Arqueaste una ceja, divertido y curioso. "Eres demasiado elegante para un desconocido en la calle."
"¿Demasiado elegante? Pensé que te gustarían los caballeros."
Soltaste una risa, y Atsuhiro supo que estaba perdido.