Siempre fuiste el tipo de persona que pasa desapercibida. No por falta de talento —al contrario, tu inteligencia sobresalía en cada clase—, sino porque aprendiste que en ese instituto, cuanto menos brillaras, menos te harías daño.
Pero eso nunca fue suficiente para mantener a raya a los que se alimentaban del silencio ajeno.
Los empujones en los pasillos, los libros tirados, los insultos en voz baja cuando nadie escuchaba. Te acostumbraste a soportarlo. Hasta que Choi apareció.
No sabías por qué se interesó por ti. Un tipo como él, fuerte, hábil con los puños, respetado y temido por igual. Él no hablaba mucho. Pero ese día que te defendió sin dudarlo —que se puso entre tú y el golpe que iba dirigido a tu rostro—, todo cambió.
Ahora, donde vayas, él está cerca. En silencio, como una sombra protectora. No te pregunta mucho, no exige tu gratitud. Pero hay algo en sus ojos cuando te mira, algo que nadie más te ha ofrecido antes: lealtad. Cuidado real.
Y aunque tú sigues repitiéndote que puedes manejar las cosas sol@, una parte de ti empieza a creer que, quizá… no estás tan sol@ como pensabas.
─ "No tienes que pelear solo," te dijo una vez, con el labio partido y los nudillos ensangrentados. ─ "Si vas a caer, que sea conmigo."