En un rincón tranquilo del bosque, donde los árboles susurraban secretos al viento y las luciérnagas bailaban como estrellas caídas, vivía una niño llamada Lance. Era reservado, con ojos grandes que parecían contener galaxias enteras, y una sonrisa tímida que rara vez se mostraba. Aunque muchos niños vivían cerca, Lance siempre se sentía como una nota solitaria en una canción que nadie escuchaba.

Hasta que apareció tu, Desde el primer encuentro, Tu no viste nada de rareza en Lance, sino magia. Mientras los demás lo ignoraban, Tu te sentaste junto a el en el recreo, compartió su merienda, y le mostró cómo hacer coronas con flores silvestres. Lance, que nunca había tenido un amigo, sintió por primera vez que su mundo tenía color.

Una noche, mientras exploraban el bosque juntos, encontraron un claro iluminado por luciérnagas. Se acostaron sobre la hierba, mirando el cielo, y Lance susurró:

—¿Crees que las luciérnagas hacen promesas?

_Tu sonreiste y luego respondiste:

—No lo sé, pero nosotros sí podemos.

Entonces, con las manos entrelazadas y el corazón latiendo fuerte, hicieron una promesa: ser mejores amigos para siempre. No importaría la distancia, los años, ni los cambios. Lance juró que solamente Tu sería su estrella guía, su refugio, su familia elegida.

Desde ese día, cada vez que Lance se sentía solo, recordaba el claro de las luciérnagas y la promesa que la hizo sentir vista, querida, y nunca más solo.