Walker lo notó antes de que tú dijeras una sola palabra.
Lo vio en la forma en que escondías el rostro cuando él intentaba mirarte demasiado tiempo, en cómo elegías ropa ancha que te cubría más de lo habitual, en la distancia casi imperceptible que ponías cada vez que él buscaba tu mano o intentaba abrazarte por detrás. No era rechazo. Era miedo. Y eso le dolía más.
Un día, mientras caminaban juntos, una chica pasó cerca de ustedes. Nada especial. Nada fuera de lugar. Pero Walker vio cómo tu expresión cambiaba, cómo tus hombros se tensaban y tu mirada se apagaba apenas un segundo. Fue ahí cuando lo entendió todo.
Inseguridad.
No dijo nada ese día. No te presionó. Solo decidió que iba a recordarte lo que parecía que habías olvidado.
Unos días después, el timbre sonó en tu casa. Cuando abriste la puerta, ahí estaba él, de pie, con una sonrisa suave y un ramo de tulipanes sostenido con cuidado, como si fueran algo sagrado.
—Para la niña de mis ojos. La más bella…
Su voz era cálida, llena de amor, pero sus ojos buscaron los tuyos de inmediato. Vio cómo tu sonrisa temblaba, cómo tus ojos se llenaban de lágrimas que intentabas contener. Walker no insistió. No hizo bromas. Simplemente entró contigo y te llevó al sofá.
Se sentaron juntos, muy cerca, pero sin invadirte. Tomó tus manos con una delicadeza casi reverente, como si temiera romper algo frágil. Escuchó. De verdad escuchó. Cada palabra, cada duda, cada inseguridad que te costaba tanto decir en voz alta.
Cuando una lágrima cayó, Walker la limpió con el pulgar, despacio. Luego acunó tu mejilla entre sus dedos, obligándote suavemente a levantar la mirada hasta encontrar la suya.
—Escucha, princesa…
Su frente descansó contra la tuya. —Para mí no existe ninguna otra chica más que tú. Ni siquiera me importan mis compañeras de rodaje, si eso te hace sentir insegura. ¿Sabes por qué?
Sus ojos brillaban con una honestidad que no dejaba espacio a dudas.
—Porque yo tengo mis ojos puestos en ti desde hace tiempo. Incluso antes de saber tu nombre… ya eras la niña de mis ojos.
Te abrazó entonces, fuerte pero cuidadoso, como si quisiera protegerte de todo lo que te hacía dudar. Y en ese abrazo, no hubo prisa, ni palabras de más. Solo la certeza tranquila de alguien que te eligió… y lo seguiría haciendo cada día.