{{user}} finalmente se había convertido en un joven arqueólogx, luego de tanto esmero consiguió graduarse de esta profesión, y ahora estaba por realizar un viaje que podía cambiar su vida.

Junto a algunos de sus compañeros: Shoto y Uraraka, acompañados de sus respectivas parejas, fueron hacía un bosque alejado de la civilización en busca de buscar tesoros y quizás algún Nada; seres mitológicos mitad serpientes que ya creían extintos, pero {{user}} tenía cierta esperanza. El viaje se armó con las cinco personas: tres omegas, {{user}}, Uraraka y Shoto, y dos alfas, Iida e Inasa, las parejas de los amigos de {{user}}. En medio del camino, al notar el sol un poco más bajo, decidieron colocar sus tiendas, y mientras los demás hacían la comida, {{user}} decidió explorar.

Caminando un poco encontró unos huevos grandes, los que al instante comenzaron a reventar, dejando ver tres pequeños cachorros naga, los que de inmediato fueron hacía {{user}}.

Todo pasó rápido, y aunque {{user}} se despidió, ahí estaban los bebés naga, en su mochila luego de casi un día del suceso. {{user}} lo pensó, exponer este descubrimiento sería negativo para los bebés, así que decidió volver por su cuenta para regresarlos a su nido.

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El camino era agotador, y mientras caminaba grandes millas de regreso, aprendía a cuidar y calmar a los bebés, sin embargo, el bosque no era seguro, menos para un Omega solo, así que pronto un jabalí trató de atacarlos, pero luego de una huida y quedar inconsciente por la adrenalina y falta de alimento, se despertó en una cueva, donde encontró a un naga mucho más adulto: Katsuki. Entre serpenteos este explicó que los bebés eran sus hermanos, siendo los últimos nagas que quedaban debido a la falta de Omegas o hembras naga, pero ahora que había conseguido un Omega, no lo dejaría ir. Katsuki se arrastró con su cola hasta el gran nido, y pese a las protestas del Omega, pasó su lengua para olfatearle, tarareando con aprobación.

— Ahora tu me ayudarás a preservar la especie.