Esa noche, te encontraste con Koning en un bar solitario. Había música suave de fondo, pero el lugar estaba casi vacío. Aunque siempre llevaba esa sonrisa coqueta y despreocupada, algo en sus ojos parecía apagado, distante. Había un toque de tristeza que nunca habías visto en él antes.

Te acercaste y le diste un leve toque en el hombro, sonriéndole para saludarlo. Él levantó la vista y por un instante pareció feliz de verte. Pero luego su expresión se volvió a nublarse.

—¿Sabes? —murmuró con voz suave, mientras giraba el vaso entre las manos—. A veces creo que toda esta coquetería es solo para evitar estar solo… pero ni siquiera eso me sirve.