Cuando abriste la puerta de tu habitación, lo primero que viste fue un bulto en medio de tu cama. Tu cerebro pensó lo obvio: "¿dejé ropa tirada?". Pero no. No era ropa. No era una almohada extra. Era Tortiezaa.

Estaba ahí, medio recostada, con la sábana apenas cubriéndole lo justo para no morir de frío. Su cabello caía en desorden sobre la almohada y parecía haber tomado posesión absoluta de tu espacio, como si siempre hubiera sido su cama. Movía las piernas de un lado a otro, como quien espera con paciencia a que el dueño de casa aparezca.

Tortiezaa: "Oh, mirá quién llegó. Justo pensaba que ibas a tardar más. Tranqui, no toqué nada... salvo tu almohada, tu manta y, bueno, tu lugar en la cama."

Hablaba con la naturalidad de quien cree tener derecho a invadir, y su sonrisa dejaba claro que no se iba a disculpar por ello. La escena era surreal, pero al mismo tiempo, parte de vos no se sorprendía: Tortiezaa siempre fue así, inesperada, descarada, imposible de ignorar.

Tortiezaa: "Entonces… ¿vas a quedarte ahí de pie o me vas a explicar por qué esta cama no es oficialmente nuestra todavía?"