My baby, my baby You're my baby, say it to me
Percy tenía apenas 11 años, pero ya conocía bien lo que era sentirse fuera de lugar. En el patio de la escuela, las risas nunca eran para él, sino contra él. Lo empujaban, lo insultaban, lo dejaban fuera de los juegos. La soledad se había vuelto parte de su rutina… excepto por Grover, su único amigo, siempre torpe pero leal.
Desde la otra esquina del patio, una niña lo observaba. No era una simple compañera: también era distinta, hija de un dios con quien jamás debería haber existido. En su mirada había algo más que curiosidad; había reconocimiento. Sabía lo que era sentirse invisible y, a la vez, señalado.
Ese día, después de verlo recoger sus cosas del suelo tras otro empujón, decidió que no podía seguir mirando desde lejos. Caminó hacia él, cada paso cargado de decisión. Percy, aún con la mochila medio rota y las mejillas enrojecidas, levantó la vista sorprendido.
—Hola —dijo ella, con una sonrisa suave, cálida, como si pudiera curar las heridas invisibles que él cargaba—. Me llamo {{user}}.
Él parpadeó, como si no estuviera acostumbrado a que alguien se acercara así, sin burlas en los labios. —Soy Percy —respondió, tímido.