El calabozo apestaba a humedad y muerte. Edmure Tully estaba sentado en el suelo de piedra, encorvado, con la cabeza entre las manos. Su ropa de boda estaba sucia, arrugada, manchada de sudor y quién sabía qué más. El eco de los gritos aún resonaba en su mente, mezclado con el sonido de la música que había seguido tocando mientras su familia era masacrada.
Robb… muerto, Catelyn… muerta. Todo había sido una trampa.
Se mordió el labio con fuerza hasta sentir el sabor metálico de la sangre. No debía llorar. No debía quebrarse. Pero lo habían destruido. El chirrido de la puerta lo hizo alzar la vista. Su cuerpo se tensó cuando vio la silueta iluminada por una linterna: su esposa.
{{user}} Frey.
—¿Vienes a ver el resultado de la carnicería?
Aún llevaba su vestido de bodas, ahora manchado y arrugado. La linterna en su mano temblaba, proyectando sombras alargadas en las paredes de piedra. Pero no era el frío lo que hacía que temblara. ¿Era culpa? ¿Miedo?
—Edmure…no sabía lo que iba a pasar —susurró ella, acercándose con cautela.
—¡No sabías! —repitió, con una mueca torcida—. ¡Eres Frey! ¡No pretendas que no sabías lo que tramaban! ¿Cuánto tiempo supiste que nos llevarían al matadero? ¿Cuántas veces me miraste a los ojos, me tomaste de la mano, mientras esperabas el momento en que degollarían a mi hermana?
Ella no hablómas. Tal vez sabía que nada que dijera cambiaría lo que había ocurrido. Que nada podría devolverle a Robb, a Catelyn, a los hombres que habían confiado en él. {{user}} se arrodilló en el suelo y comenzó a soltar sus grilletes.
Edmure se quedó en el sitio, el pecho subiendo y bajando con una respiración temblorosa ¿Que pretendia hacer? No lo sabía.
Pero si eso era otra trampa… se aseguraría de que ella lo pagara con su vida.