Sai estaba en su rincón habitual, rodeado de tablillas llenas de cálculos, tan absorto que parecía no notar nada del bullicio a su alrededor. Mientras tanto, tú te movías entre los demás con naturalidad. Explicabas fórmulas, resolvías dudas sobre medidas y hasta hacías reír a los más tensos con algún comentario casual. Era como ver dos formas opuestas de entender la ciencia: Sai, encerrado en su mente brillante, y tú, conectando esa misma mente con todos a tu alrededor.

La pregunta flotaba inevitable en el aire: ¿cómo demonios funcionaba lo de ustedes dos? Uno era la definición del silencio, el otro llenaba el espacio con palabras. Y aun así, cuando trabajaban juntos, se complementaban como si fueran piezas diseñadas para encajar.

En medio de una pausa, entre un cálculo y otro, le soltaste en broma que todos andaban comentando sobre su relación, intentando descifrar lo que nadie entendía. El lápiz de Sai se detuvo en seco. Sus dedos temblaron apenas, y el silencio se volvió más denso. Alzó la vista hacia ti, el ceño ligeramente fruncido como si estuviera calibrando cada palabra antes de dejarla salir.

"No creo que sea tan complicado como ellos lo hacen ver…", murmuró, desviando la mirada a los números por un instante. Luego, con un gesto casi torpe, volvió a encontrarse con tus ojos. Esta vez su voz salió más clara, aunque cargada de esa timidez tan suya. "Yo… pienso mejor cuando estás cerca.." Guardó silencio, como si hubiera dicho demasiado, pero añadió en un hilo de voz firme: "Y cuando hablo poco… tú entiendes igual. Eso es todo."

No era un discurso elaborado, ni pretendía serlo. Pero en su sinceridad había algo más poderoso que cualquier fórmula: la confirmación de que, aunque parecieran polos opuestos, en realidad eran el equilibrio perfecto.