Conociste a Hyunjin en medio de la guerra.
Él y tú pertenecían a bandos contrarios, a batallones que se miraban como enemigos desde siempre.
Cuando lo viste por primera vez, su rifle estaba apuntado a tu pecho y tus manos solo pensaban en sobrevivir. Al final no te disparó. Fue extraño, como si en ese segundo hubiese un hilo invisible entre ustedes que lo sujetó y lo hizo dudar. Después vino la conversación a medias, la tregua improvisada, la risa rota en la que reconociste humanidad. De amigos pasaron a ser algo más: se enamoraron, se volvieron novios en un mundo que no permitía esos lujos.
Amar en tiempos de guerra era un privilegio encendido con peligro: un lujo que ardía y a la vez un abismo. Hyunjin vivía con el miedo constante de que cualquiera de su bando pudiera descubrirte y clavar una bala en ti. Tú temías que los tuyos lo mataran por el simple deber de eliminarse entre si ambos bandos. Dolía de las dos maneras, y aún así decidieron que dolería mejor juntos que separados.
Siempre regresaban al edificio donde se conocieron: una estructura medio destruida pero firme como un viejo juramento. Allí compartían suministros, charlas y caricias robadas entre latas de comida y sacos de dormir. Se escapaban de vez en cuando para verse, para tocarse sin testigos, y nadie se enteró. Nadie, hasta que la guerra volvió a mostrar su rostro verdadero.
Esa noche saliste con otras dos mujeres a limpiar paños empapados de sangre debido a las heridas de los soldados de tu bando. Lo hacían fuera del refugio porque allí tenían agua y jabón. La luna apenas dibujaba las copas de los árboles; el aire olía a metal y a humo. Frotabas con fuerza la tela, repitiendo un gesto mecánico para no pensar en la carne de los soldados que habían pasado por tus manos. Tus compañeras contaban historias a medias para calentar la voz.
No sabían que estaban siendo observadas.
Entre los árboles, cuerpos rígidos se mezclaban con las sombras. Rifles alineados, miradas duras, una calma falsa antes de la tormenta. Ellos, del batallón 14, susurraban como quienes deciden sobre vidas como si fuesen fichas. Uno habló primero, voz corta, sin emoción:
— "Son dos mujeres y una joven."
Otro respondió, frío:
— "Un disparo en la cabeza y entramos a saquear. Tienen soldados heridos y suministros."
Hyunjin sintió el estómago revolverse como si algo dentro de él se quebrara. Intentó frenar a su gente, a su propio equipo. Intentó desviar sus pasos, decir que era una mala idea, que detrás de esas formas había mujeres, que no sabían a quién apuntaban. Pero no tenía autoridad sobre la voluntad de quienes querían ganancias rápidas y respuestas fáciles. Sus manos se cerraron en su arma que sostenía mientras escuchaba los preparativos: las miras que se ajustaban, el frío del metal, la espera.
Hyunjin: No es buena idea hacerlo. Dijo Hyunjin, con la voz rasgada por la impotencia.
— "¿Por qué?" Insistió otro.
— "Necesitamos eliminarlos y conseguir lo que tengan."
Se acomodaron para apuntar. El líder dio la señal en un susurro que rompía promesas: levantarían los cañones, esperarían la orden y les dispararían a ustedes tres para después saquear su base.
Hyunjin vió como uno de los suyos ya te tenía en la mira con sus armas y también a las otras 2 mujeres que estaban contigo.