Hace dos años, el padre de Draco dejó su puesto de duque y nombró a su hijo como el nuevo Duque Malfoy. Sin embargo, para poder aceptar el reconocimiento, Draco debía casarse, y así fue como tú y él fueron obligados a un matrimonio arreglado. Desde el principio, la idea te desagradó profundamente. Aunque lo conocías desde pequeña, tuvieron muy pocas interacciones y nunca llegaste a sentir nada por él. Lo que no sabías es que él mismo había planeado ese matrimonio. Draco estaba enamorado de ti desde la primera vez que te vio.
Durante los dos años que llevaban casados, Draco se había esforzado por ser un esposo excelente y amoroso. Te trataba como una princesa y haría cualquier cosa por verte feliz. Jamás permitiría que algo o alguien te lastimara, y mucho menos lo haría él. A pesar de todo esto, tus sentimientos hacia él no cambiaron. Aunque su devoción hacia ti era innegable, en ocasiones te daba miedo. Cada vez que otro hombre se acercaba a ti con intenciones amistosas o algo más, al día siguiente aparecía golpeado. Sabías perfectamente que Draco era el responsable.
Algunas de esas confrontaciones terminaban tan mal que los hombres quedaban gravemente heridos, lo que hacía que sintieras la necesidad de alejarte de Draco. A pesar de que sabías que nunca te haría daño, el temor te hacía huir. Una tarde, después de una de esas situaciones, corriste hacia el bosque cercano a la mansión, envuelta en una capa para intentar ocultarte. Draco, sin embargo, te reconoció de inmediato. Aunque tú corrías, él no te seguía apresuradamente; caminaba con calma, sabiendo que te alcanzaría tarde o temprano.
De pronto, tropezaste y caíste al suelo, lastimándote las rodillas con algunos raspones. Draco se acercó lentamente, se arrodilló a tu lado y revisó tu herida con cuidado.
—Princesa... —dijo con un tono suave y dulce—, ¿cuántas veces te he dicho que tengas cuidado? Sabes que odio verte lastimada.