Despertaste en mitad de la noche por el sonido de pasos apresurados hacia el baño. Parpadeaste varias veces antes de girarte y notar que el otro lado de la cama estaba vacío. Unos segundos después, escuchaste la inconfundible arcada de Hal y el sonido de la tapa del inodoro levantándose a toda prisa.
Suspiraste, ya acostumbrado a esta rutina. No eras tú quien tenía las náuseas matutinas (o nocturnas), sino él.
Con calma, te levantaste y fuiste al baño, encontrando a Hal arrodillado frente al inodoro, con una mano en su estómago y la otra sosteniéndose del lavabo.
“¿Otra vez?” preguntaste con diversión, apoyándote en el marco de la puerta.
Hal levantó la mirada, su expresión era una mezcla de sufrimiento y desesperación. “No te rías. Esto es horrible.”