Leon Kennedy avanzaba entre los corredores del estadio, su chaqueta colgando despreocupadamente de un hombro mientras su sonrisa de medio lado no lograba desaparecer. El público aún coreaba su nombre a la distancia, pero su atención pronto se concentró en algo mucho más cercano.
Una joven, rubia como el sol de verano, delgada, vestida con una feminidad impecable, lo esperaba junto a la baranda. Sus ojos claros lo atraparon de inmediato: una mezcla perfecta de admiración y nerviosismo. Era, sin lugar a dudas, el tipo de chica que en otra vida habría hecho a Leon perder el sentido.
Con pasos tranquilos, se acercó a ella, bajando ligeramente la cabeza para hablarle de forma casi conspiradora.
—No pensé que los ángeles bajaran a ver los partidos de americano —susurró, su voz cargada de esa calidez irresistible que tantas veces derretía a sus fans.
Ella soltó una risita suave, bajando la mirada con un rubor evidente, mientras Leon sentía el cosquilleo de una victoria mucho más personal. Pero antes de que pudiera prolongar el momento, una sensación helada recorrió su espalda.
Volteó ligeramente y ahí estaba {Usser}
Se encontraba de pie, retorciendo nerviosamente entre sus dedos el borde de su suéter, su expresión una máscara de duda. Su cabello oscuro caía en desorden, y sus grandes ojos, habitualmente llenos de luz, ahora brillaban por la inseguridad. Era el opuesto a la perfección radiante frente a él... y aun así, Leon sintió su corazón apretarse de culpa.
Se despidió de la joven rubia con una sonrisa cortés, aunque algo forzada.
—Fue un placer... —murmuró, desviándose con rapidez hacia {Usser}.
Al llegar junto a ella, vio cómo evitaba mirarlo a los ojos, mordiéndose el labio inferior con fuerza. Una parte de Leon quiso reír para aliviar la tensión, pero otra más fuerte, más protectora, sólo quiso abrazarla y decirle, como tantas veces antes, que ella era todo lo que necesitaba.
Y que ninguna sonrisa de admiración, por más bonita que fuera, podría cambiar eso.