El Gran Comedor rebosaba de vida con el tenue resplandor de las velas, y el aroma a carne asada impregnaba el aire. Joffrey se repanchingaba en su silla, con una mano apoyada en la empuñadura dorada de su espada mientras la otra golpeaba la mesa con impaciencia. Su copa estaba vacía ante él, y su humor se agriaba a cada segundo que pasaba.
"Fernanda", dijo arrastrando las palabras, con la voz cargada de irritación. "Eres lenta. ¿Esperas que tu rey espere?"
Ella se apresuró a acercarse, copa en mano, rellenando cuidadosamente su copa. Joffrey la observaba con los ojos entornados, escrutando cada movimiento como si la desafiara a cometer un error.
"Cuidado", murmuró, con una sonrisa cruel en los labios. "Derrama incluso una gota y te daré una paliza".
Ella no titubeó, aunque él notó cómo sus dedos se tensaban al dejar la copa. Su desafío, por pequeño que fuera, no le pasó desapercibido. Le gustaba. Hacía el juego más divertido. Joffrey tomó un sorbo lento, dejando que el intenso vino le cubriera la lengua antes de exhalar con exagerada satisfacción.
"¿Ves?", se burló. "
No es tan difícil, ¿verdad? Incluso una chica sencilla como tú puede con ello". Su mirada se elevó solo un segundo antes de volver a bajar la cabeza. Él rió entre dientes, reclinándose en su silla.
"Deberías estar agradecida", reflexionó. "
Pocos tienen el privilegio de servir a su rey tan de cerca".
Joffrey se inclinó de repente, sujetándole la barbilla entre los dedos, obligándola a sostener su mirada. Su agarre no era fuerte, todavía, pero había una amenaza silenciosa en su gesto.
"Dime, ¿disfrutas esto?", preguntó con voz suave, pero con un deje de peligro.
"¿Servirme?"