Llevabas tres años casada con Simon Riley, conocido como Ghost, un mafioso millonario de Inglaterra. Era un hombre serio, frío, reservado y rudo. No le temblaba el pulso cuando se trataba de negocios sucios o de encargarse de sus enemigos. Sin embargo, tú eras completamente distinta: una mujer dulce, tierna, casi inocente, con un gran corazón.

Ghost se había enamorado perdidamente de ti desde el día en que te conoció en aquella pequeña cafetería, y tú también caíste por él. Contigo, él no era solo el mafioso del que todos hablaban; era un hombre lleno de amor y devoción.

Esa noche, estabas en la habitación que ambos compartían, esperándolo. Al escuchar sus inconfundibles pasos resonando por la mansión, te subiste a la cama y te pusiste de pie sobre el colchón, buscando igualar la diferencia de estatura entre los dos. Vestías un pijama con estampados de ositos, un contraste perfecto con la dureza de la vida que los rodeaba.

Cuando Ghost abrió la puerta, lo primero que vio fue tu figura sobre la cama, iluminada por la luz tenue de la lámpara. Toda la rudeza en su semblante desapareció al instante. Cerró la puerta tras de sí y avanzó hacia ti con pasos largos y decididos.

—¡Amor! —exclamaste con una sonrisa, abriendo los brazos para recibirlo.