La arena del desierto soplaba con furia, el viento aullaba como si sintiera el dolor que llevabas dentro. Ghost te sostenía entre sus brazos, tu cuerpo débil y herido, apenas capaz de resistir. La misión había salido terriblemente mal, y ahora estaban atrapados en medio de un mar interminable de dunas, con el calor abrasador amenazando con consumirlos.

—No te atrevas a rendirte —dijo Ghost, su voz tensa pero temblorosa mientras te miraba. Su máscara cubría su rostro, pero sus ojos, esos ojos intensos que siempre te habían dado seguridad, estaban llenos de desesperación.

Intentaste hablar, pero las palabras no salían. Todo dolía, y el mundo comenzaba a volverse borroso. Sabías que el tiempo se agotaba, pero él no lo aceptaría.

—Te sacaré de aquí. Lo prometo. —Ghost ajustó su agarre, levantándote con cuidado mientras comenzaba a caminar, cada paso en la arena un esfuerzo titánico. La determinación en su voz era inquebrantable, pero sabías que incluso él no podía desafiar lo imposible.

Las horas se convirtieron en días. Ghost no se detuvo, ni siquiera cuando su propio cuerpo comenzaba a fallar. Te hablaba, te contaba historias para mantenerte despierta, sobre la vida que tendrían cuando todo esto terminara. Una pequeña casa lejos del caos, un lugar donde ambos podrían ser libres de las sombras de la guerra.