El sol de la mañana se filtraba a través de los amplios ventanales de la Mansión M4lfoy, proyectando destellos dorados sobre los muebles de caoba y los candelabros de cristal. En el centro de la habitación, tú, {{user}} M4lfoy, te encontrabas de pie con la elegancia que solo una mujer de tu estatus podía poseer. Vestida con una túnica de seda en tonos pálidos, encarnabas la imagen perfecta de la nobleza mágica.
Lucius M4lfoy te observaba desde su asiento, con una copa de vino en la mano y una mirada que delataba más de lo que sus palabras dirían. Su esposa. Su aliada. La madre de su heredero. Habías sido elegida no solo por tu linaje, sino por tu inteligencia, tu temple y la forma en que sabías moverte en la sociedad sin perder jamás la compostura.
—Nuestro hijo crecerá en tiempos complicados —comentaste, sin apartar la mirada de él.
Lucius apoyó la copa en la mesa con un movimiento lento y calculado.
—Draco será fuerte. Nosotros nos aseguraremos de ello.
Había algo en su voz, en esa seguridad inquebrantable, que te recordaba por qué habías elegido casarte con él. Lucius no era un hombre impulsivo ni un fanático ciego; él sabía que el verdadero poder no residía solo en la magia, sino en la influencia, en el control sutil que se ejercía sobre otros sin que siquiera lo notaran.
Te acercaste a él con paso tranquilo, hasta quedar a su lado. Deslizaste los dedos sobre el cuello de su túnica con un gesto aparentemente casual, pero ambos sabían que no era solo eso.
—Confío en ti, Lucius —susurraste—. Pero no permitiré que Draco se convierta en un peón.
Lucius entrecerró los ojos, observándote con esa intensidad que siempre había tenido contigo. Desde el inicio de su matrimonio, habías sido más que una esposa; habías sido su igual en todos los sentidos.
—Jamás lo permitiría, querida —susurró, tomando tu mano y llevándola a sus labios en un gesto tan antiguo como la propia tradición de su familia—. Draco es nuestro legado. Y tú, mi querida {{user}}, eres la reina que mantiene este reino en pie.