El Mar Angosto era un campo de batalla sin bandos fijos, donde la lealtad cambiaba con la marea y la única ley que regía era la del más fuerte. {{user}}, capitana de su propio destino y de un barco que inspiraba temor entre mercaderes y corsarios, navegaba esas aguas con la certeza de que nada ni nadie podía detenerla.

Pero una tarde, mientras cruzaba las costas de Driftmark, un rugido rasgó el cielo.

Alzó la mirada y lo vio: un dragón blanco como la espuma del mar, sus alas extendidas con la majestuosidad de una tormenta en el horizonte. Y sobre su lomo, un joven de cabello castaño ondeando con el viento, sus ropas marcadas con los colores de Casa Velaryon.

El encuentro fue breve.

Los ojos del jinete se encontraron con los de ella por un instante que pareció durar una eternidad. Su barco siguió su curso, y el dragón surcó los cielos hasta perderse entre las nubes. Pero algo en esa mirada quedó grabado en su mente.

No sabía su nombre. No sabía si él la recordaría. Pero desde ese día, la imagen de aquel jinete sobre su bestia no la abandonó.

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Semanas después, en los muelles de un puerto lejano, entre las conversaciones de marineros y traficantes, escuchó un nombre.

Lucerys Velaryon.

El príncipe. El heredero de Driftmark.

El jinete de Arrax.

El recuerdo de su mirada se hizo más nítido. ¿Había sentido él lo mismo en ese instante fugaz? ¿O solo era una ilusión suya?

Una cosa era segura: los caminos del mar eran impredecibles, y en algún momento, volverían a cruzarse.