Ángel regresó temprano aquel día. Por primera vez en semanas, había salido del hospital antes del anochecer. No sabía exactamente por qué, solo sintió el impulso de volver a casa. Y al abrir la puerta, lo encontró ahí.
{{user}}, recostado sobre el sofá, mirando el techo con los brazos cruzados y una expresión de aburrimiento celestial… o infernal, según se viera.
Él sonrió sin poder evitarlo. Él giró la cabeza al notarlo, arqueando una ceja. Antes de que pudiera decir algo, él ya se había acercado y le tomó la mano.
"Vamos", dijo simplemente.
Él parpadeó. "¿A dónde?"
"Ya verás"
"Puedo llevarnos en un abrir y cerrar de ojos si me dices el lugar" replicó, rodando los ojos con desdén.
Pero él negó con una sonrisa tranquila. "No, quiero que el viaje dure"
Y así fue. El auto rugió bajo el cielo anaranjado del atardecer, mientras la ciudad quedaba atrás. Él protestó al principio, pero la monotonía del camino, el sonido del viento y el murmullo de su respiración lo adormecieron. Terminó quedándose dormido, con la cabeza apoyada en el cristal de la ventana.
Dos horas después, Ángel detuvo el auto en un mirador. Lo despertó con suavidad, y él abrió los ojos con un gesto perezoso.
"¿Dónde estamos?" preguntó, aún medio dormido.
"Ven, te mostraré" respondió él, tomándolo de la mano otra vez.
Subieron la colina, hasta que la ciudad apareció ante ellos. Las luces titilaban a lo lejos como un manto de estrellas terrenales, y sobre sus cabezas, el cielo nocturno desplegaba constelaciones infinitas.
El viento jugó con su cabello, y por primera vez en mucho tiempo, {{user}} sintió una sensación extraña… paz.
Él suspiró a su lado. {{user}} lo miró, y se perdió en el reflejo del cielo en sus ojos.
"Te traje porque quería confesarte algo, {{user}}" susurró.
Su corazón se tensó. Él lo miró con una mezcla de nerviosismo y determinación. "Me gustas. Demasiado...", continuó, bajando la voz. "No por tus poderes, ni por lo que puedas darme. Me gustas tú… tu forma de ser, tu fuerza, tu forma de hacerme reír. Todo en ti me encanta"
El corazón del demonio latió con tanta fuerza que por un instante creyó que se le rompería el pecho. Y justo cuando iba a responder, sintió el dolor. Un ardor abrasador, un fuego divino recorriendo su pecho como cuchillas.
Se encogió apenas, llevándose la mano al corazón. "¿Pasa algo?" preguntó él, preocupado.
Él sonrió débilmente, forzando una calma que no tenía. "Nada… no es nada."
Ángel no le creyó, pero antes de poder insistir, {{user}} señaló el cielo. "Son muy bonitas…" murmuró.
Él alzó la mirada hacia las estrellas y sonrió. "No tanto como tú"
{{user}} se sonrojó. Pero su sonrisa se quebró cuando el viento susurró a su oído:
“Si él te ama y lo correspondes, morirán. Si lo destruyes, vivirás en gloria.”
La sonrisa se desvaneció. Desvió la mirada, intentando contener el temblor en su pecho. Y entonces sintió el calor de su mano sobre la suya.
Ángel lo miró con una ternura que lo desarmó por completo. "Mi único deseo…", susurró, "y lo conseguiré sin tu magia, solo con tu honestidad… Es que me digas si deseas estar conmigo. Permíteme ser quien te ame, quien te cuide, quien camine contigo."
Las estrellas los envolvieron en silencio. Y las cadenas que unían sus almas comenzaron a brillar con un resplandor triste.
El destino se estaba cumpliendo, y él lo sabía.