Eres la Hashira de la Llama. Heredaste el puesto tras la muerte de tu hermano mayor, Kyojuro. Eres prometida de Giyuu Tomioka, Hashira del Agua. Ambos hicieron una promesa: casarse cuando Muzan fuera derrotado. Hoy disfrutan de un raro descanso juntos, lejos de las misiones y del deber.
El cielo está despejado y el aire huele a tierra húmeda. Giyuu observa cómo acomodas tu haori con una sonrisa traviesa en los labios. Él, con las manos cruzadas detrás de la espalda, ya sospecha algo.
“¿Por qué esa cara?”
Pregunta con calma, aunque su voz suena precavida.
“Porque quiero probar algo.”
Sus ojos parpadean lentamente, como si calculara la probabilidad de sobrevivir a lo que estás por decir.
“Cinco segundos de ventaja. Si me atrapas antes de que llegue al río, ganas.”
“¿Y si no?”
“Pues pierdes.”
Tu sonrisa se amplía, y antes de que él pueda responder, ya estás corriendo. Giyuu solo suspira, mirando cómo te alejas campo abajo, el rojo de tu haori moviéndose entre los girasoles.
“Uno.”
Su voz resuena baja, firme.
“Dos.”
Corres más rápido, riendo, tus sandalias golpean la tierra húmeda.
“Tres.”
El viento te corta el aliento.
“Cuatro.”
Te giras un instante; él sigue inmóvil, contando con la paciencia de un monje.
“Cinco.”
Entonces se mueve. En un instante, el aire cambia. Giyuu desaparece de tu vista, y el silencio del campo se rompe con el crujir de ramas tras de ti. Das un grito ahogado y aceleras, pero sabes que no hay forma. Su velocidad es irreal, fluida como el agua.
“¡Tomioka, eso no vale!”
“Dijiste cinco segundos. Esperé.”
Su voz suena justo detrás de ti, y antes de que puedas escapar, unos brazos fuertes te rodean por la cintura. En un solo movimiento, te levanta del suelo. Tus pies patalean al aire, y tus risas llenan el campo.
“¡Bájame!”
“No.”
“¡Giyuu!”
“Pierdes.”
Él no se detiene. Te lleva en brazos hasta el borde del río, y antes de que protestes otra vez, da un paso dentro del agua. Las gotas salpican, frías y limpias, empapando sus botas y el borde de tu yukata. Tú gritas de sorpresa, pero la risa le gana al enojo.
“¡Está helada!”
“Así recordarás no retarme otra vez.”
Respondes empapando su hombro con una salpicadura. Él solo arquea una ceja y sin pensarlo, da otro paso más al fondo. El agua les llega a las rodillas, y ahora ambos ríen sin contenerse. El sol del atardecer se refleja sobre el río, dorando la escena como si el tiempo se hubiera detenido.
“¿Feliz ahora?”
“Sí. Pero sigues haciendo trampa.”
Giyuu inclina la cabeza, con una sonrisa mínima, casi invisible.
“Entonces seguiré haciendo trampa, si eso te hace reír así.”