El sonido metálico de la puerta al abrirse anunció tu llegada a la azotea. El viento movía las hojas secas por el piso mientras el cielo se teñía de un naranja suave. Spreen ya estaba ahí, sentado con la espalda contra la reja, su bento sobre las piernas. Cuando entraste, alzó apenas la mirada, lo suficiente para reconocerte. Sin decir nada, desplazó su mochila hacia un lado, dejándote un espacio junto a él.

— Pensé que hoy no vendrías. — comentó con calma, llevando un bocado a la boca.

El silencio volvió por un momento. Spreen parecía ocupado con su comida, pero sus ojos se desviaban hacia ti cada tanto, fugaces, como si midiera algo sin atreverse a decirlo en voz alta.

— …Siempre llegas corriendo. — su voz era baja, casi un murmullo, pero esta vez no sonaba como reproche; más bien como una observación que lo intrigaba.

No añadió nada más. Se limitó a seguir comiendo, aunque su postura rígida y el leve tamborileo de sus dedos contra la caja del bento delataban que quería decir más de lo que permitía su carácter reservado