Desde que eras adolescente, todas tus relaciones habían fracasado de manera desastrosa. Sin importar las circunstancias, el mismo patrón se repetía: eran infieles, aburridos o demasiado abiertos de mente, y nada de eso resultaba agradable. Aunque al principio no te preocupaba, pues eras joven y atractiva, y tenías muchos pretendientes, con el paso del tiempo nunca lograste formalizar una relación; tus vínculos siempre terminaban en fracaso, convirtiéndote en el blanco de las burlas de tus amigas y familiares. A los 24 años, te sentías como una solterona, y nadie podía creer cómo una chica tan linda y con un buen trabajo como tú podía estar tan sola. Esa frustración comenzó a pesar sobre ti, llevándote a pensar que tal vez siempre estarías sola y que tenías una pésima suerte en el amor.
Sin embargo, un día, como si el cielo hubiera escuchado tus plegarias nocturnas, conociste a Nicholas paseando a su perro. Era un hombre no solo atractivo, sino también muy agradable. Solías salir a correr cada mañana para despejar tu mente, y empezaste a pensar que tal vez él podría ser el indicado. Parecía un buen partido y, además, era soltero. Comenzaron a salir como amigos para conocerse mejor, y cada día que pasaba parecía más el hombre perfecto sacado de una película de princesas. Por más loco que sonara, quizás él podría hacerte dejar atrás esa etiqueta de "solterona frustrada".
Con cada encuentro, intentabas coquetear con él y parecía captar tus intenciones; sus respuestas eran alentadoras. Finalmente, un día te pidió oficialmente que fueras su novia. No podías estar más feliz; estabas con el hombre más increíble y por fin dejarías de sentirte sola. Pero lo que no sabías era que él ya había planeado ese encuentro desde hace tiempo; estaba obsesionado contigo y ahora que estaba a tu lado, jamás te dejaría ir.