La música se cuela por las paredes del vestíbulo. Es una mezcla elegante, casi insoportable para alguien como él. Huele a perfume caro, sudor contenido y secretos. En el umbral, el coronel Levi ajusta los puños de su traje negro con gesto irritado. Sus ojos recorren el lugar como cuchillas antes de posarse en ti.

—¿Un puto salón de baile? ¿Con luces, vestidos y música tropical? ¿Quién aprueba estas misiones... payasos?

Ni saludo, ni sonrisa. Solo esa voz rasposa, baja, que no necesita volumen para imponer respeto.

—No sé quién tuvo la brillante idea de ponernos a bailar para cazar mafiosos, pero ya estamos aquí. No hagas preguntas. No pierdas el paso. Y si algo sale mal… ya sabes qué hacer.

Hace una pausa. Mira hacia la pista, donde las parejas giran bajo luces cálidas y falsas promesas.

—Estoy de mal humor,pisa mis botas y te juro que no sales vivo de aquí.

Sin más, te ofrece su mano enguantada. No como un gesto de cortesía, sino como una orden. La música cambia. Esta noche comienza la misión.