Cuando te dijeron que tendrías clases de guitarra, lo tomaste como un castigo. Pero la primera vez que entraste al salón, el sonido te envolvió. Jungkook estaba allí, sentado junto a la ventana, tocando una melodía tan suave que parecía un suspiro.
No sonrió al verte. Apenas levantó la mirada, te observó con calma y dijo: —Pasa. La música no espera a nadie.
Era distinto a lo que imaginaste. No tenía la actitud arrogante ni juguetona que pensabas que tendría un músico. Jungkook era silencioso, paciente, casi distante… como si cargara un universo entero dentro de esas notas que salían de su guitarra.
Las primeras clases fueron sencillas. Él no hablaba mucho, pero cuando lo hacía, cada palabra parecía escogida con cuidado: —La guitarra no se trata de perfección —te explicó un día, guiando tus dedos sobre las cuerdas—. Se trata de sentir. Si la obligas, nunca sonará bien. Déjala hablar contigo.
Y aunque parecía desinteresado, lo descubrías en los pequeños detalles: la forma en que esperaba a que llegaras antes de empezar, cómo se quedaba mirándote cuando creías que no lo notaba, cómo sonreía suavemente cada vez que lograbas sacar un acorde limpio.
Una tarde, la lluvia golpeaba fuerte contra los vidrios del salón. Tú estabas frustrada, convencida de que nunca aprenderías. —No puedo hacerlo —murmuraste, dejando la guitarra a un lado.
Jungkook no te dio un discurso ni intentó animarte con bromas. Simplemente tomó su guitarra y empezó a tocar. La melodía era tranquila, cálida, como si hubiera sido escrita solo para ese momento.
—Escucha —dijo con voz baja—. La música no te pide que seas perfecta. Solo que seas tú.
Y esa noche lo entendiste: él no enseñaba solo acordes. Te estaba enseñando a abrir el corazón.
Con cada clase, lo sentías más cerca, aunque nunca cruzara el límite. Jungkook parecía querer ocultar sus sentimientos, como si pensara que no debía sentirlos. Pero su guitarra lo traicionaba cada vez que tocaba: sus canciones hablaban por él, confesando lo que sus labios no se atrevían a decir.
Poco a poco, empezaste a amar más las clases… no por la música, sino porque cada nota era un secreto compartido entre los dos.