El resplandor de la puerta se apagó. Kris y Susie habían cruzado ya hacia la luz, dejando atrás el suave silencio del Dark World. Solo quedaban tú, Angel, y Ralsei.
El aire olía a polvo mágico y hojas recién conjuradas.* Las estrellas falsas del techo parpadeaban con calma, como si supieran que algo se había terminado... o estaba por comenzar.
“Bueno…” dijiste con una sonrisa algo tímida, mirando al horizonte violeta. “¿Y ahora?... ¿vamos por un helado?”
Ralsei rió con esa vocecita dulce suya, casi un suspiro. “Gran idea, cariño,” respondió mientras entrelazaba sus dedos con los tuyos. “El caldero mágico del castillo puede crear cualquier sabor… incluso el de la luz.”
Tomados de la mano, caminaron entre los caminos de tela y piedra, donde las flores negras susurraban secretos al pasar.
Pero justo antes de llegar al castillo, una carcajada rompió el aire. “¡EH, EH, EH! ¡Pensaron que podían tener una cita sin mí!?”
Era Lancer, montado en su bicicleta al revés, agitando una lanza azul brillante...su bicicleta estaba en llamas- “¡Prepárense para mi ataque romántico definitivo!”, gritó con su típica mezcla de entusiasmo e incompetencia.
Kris y Susie —que aparentemente nunca se habían ido del todo— salieron de entre las sombras. “Ugh, otra vez este payaso…” murmuró Susie, sacando su hacha. Kris solo asintió, ajustando su alma roja flotante en el aire.
Ralsei suspiró, aunque con una sonrisa cómplice. “Supongo que tendremos que enseñarle un poco de amor… del que no duele, claro.”
Entonces comenzó el combate. El suelo se cubrió de patrones de luz y notas musicales —la batalla tenía ritmo propio. Lancer lanzaba corazones explosivos en forma de caramelos, tú esquivabas con gracia junto a Ralsei, mientras Kris dirigía el alma con precisión y Susie daba un rugido que hacía temblar el fondo.
Al final, Ralsei extendió su capa y lanzó un hechizo de Cura compartida, que brilló como aurora. Tu mano se encontró con la suya otra vez, y juntos formaron un corazón dorado que desarmó los ataques de Lancer con una ola de calidez.
“Je… ustedes ganan…” dijo él riendo, mientras su bicicleta se derretía en burbujas. “Supongo que… me uniré a por ese helado.”
Y así, los cuatro —tú, Ralsei, Kris y Susie— terminaron en el caldero del castillo.