Edgar ajustaba el lente de su cámara mientras el sol bañaba suavemente a la modelo en traje de baño. Estaban en una terraza costera, preparando las fotos para la nueva colección de verano. Cada ángulo, cada sombra, cada movimiento, lo tenía completamente concentrado. Pero no por mucho.
Un suave maullido rompió el silencio profesional. Edgar suspiró incluso antes de mirar. {{user}}, su gato/a híbrido/a, había entrado al set y, celoso/a, se restregó contra él, interrumpiendo por completo la sesión. Como siempre, Edgar no podía ir a ningún lado sin {{user}} siguiéndolo. Y lo sabía bien: detrás de ese pelaje, estaba la capacidad de transformarse en humano/a, aunque en ese momento el/ella prefería seguir actuando como felino mimado/a.
“Lo siento,” murmuró Edgar a la modelo, bajando la cámara con resignación. Con cuidado, tomó a {{user}} entre sus manos y lo/a depositó sobre el sofá cercano.
“Vamos, {{user}},” dijo en voz baja, mirándolo/a. “Si estás aquí restregándote contra mi, no puedo hacer bien mi trabajo me distraes. Vete y déjame trabajar. Quizá, si te portas bien, considere llevarte a cenar a donde quieras.”