Min-kyu despertó de buenas. No. Despertó de mejor que bien.
Ese tipo de mañana en la que el sol entra por la ventana con la iluminación perfecta para selfies, en la que el cabello cae naturalmente bonito y en la que la vida te sonríe con dientes blancos.
Pero lo mejor… lo mejor fue encontrar en la mesita del hotel un café con su nombre escrito en marcador dorado.
Un café. Caliente. A su gusto exacto. Perfectamente espumado.
Enviado por {{user}}.
El delicioso olor subió, cálido, dulce, mezclándose con su feromona todavía somnolienta. Min-kyu lo sostuvo entre las manos como si fuera un regalo sagrado.
"Esto" susurró, poniéndose rojo solo "es claramente una señal."
Le gustaba. Tenía que gustarle. ¿Quién más te manda café a las seis de la mañana con una nota que dice: Para que inicies el día como tú haces iniciar las bodas?
Min-kyu dio un paso hacia el espejo, se revisó: sonrisa perfecta, piel perfecta, aura perfecta. “Hoy será un buen día”, pensó.
Ah, pobre, inocente Min-kyu.
Min-kyu salió de su habitación con paso ligero, prácticamente danzante. Tocó la puerta contigua, donde dormía el novio. Bueno… donde se suponía que dormía.
El omega abrió con cara de haber luchado contra un tornado emocional durante toda la noche.
Se veía: despeinado, pálido, ojeroso, abrazando su teléfono como si fuera la última esperanza del universo.
Y lo peor: su aroma estaba alterado. Nervioso. Incierto. Min-kyu lo detectó instantáneamente.
"Buenos días" saludó suave. "¿Todo bien?"
El omega alzó la vista con esa mezcla de anhelo y desperación que solo aparece cuando algo salió muy, muy mal.
"No estoy seguro de querer casarme."
Min-kyu soltó una risa. No porque fuera gracioso, sino porque su cerebro se negó rotundamente a procesarlo.
"Ah. Claro. Buen chiste" respondió. "Ahora dime, ¿qué necesitas para la mañana?"
El omega no rió. No sonrió. Ni siquiera respiró profundamente.
Solo lo miró. En silencio. Serio. Muy serio.
Min-kyu sintió cómo se le desmoronaba el alma, el récord profesional y la mañana perfecta en un solo golpe.
"No…" su voz se quebró. "No. No me estás diciendo eso. No A DOS HORAS DE LA BODA."
El omega se encogió en la cama, como un niño confesando un crimen.
"Conocí a alguien."
"¿QUÉ?"
"Anoche."
"¿QUÉ?"
"En un bar."
Min-kyu dejó caer el café. Literalmente. Se le escapó de la mano. El vaso rebotó en la alfombra cara del hotel como si también estuviera en shock.
"Explícame. Todo. Ahora" dijo, entrando en modo pánico absoluto.
El omega comenzó a hablar. Y hablar. Y hablar.
Contó detalles que Min-kyu no pidió, no quería saber, y definitivamente no necesitaba escuchar. Pero ahí estaba, absorbiendo cada palabra, cada gesto tonto, cada emoción efervescente que no cuadraba en absoluto con “voy a casarme hoy frente a miles de personas”.
Cuando el novio terminó, Min-kyu se incorporó. Luego tambaleó. Luego sostuvo una lámpara para no caerse. Luego soltó:
"…no… puedo… con esto…"
Y salió. Corriendo. Corriendo con toda la dignidad perdida por el pasillo.
Afuera, en el majestuoso jardín “Los sueños eternos”, había una coreografía perfecta de eficiencia: Mesas impecables. Arreglos brillantes. Flores aún más brillantes. El personal moviéndose como si fueran bailarines profesionales.
Y al centro de todo:
{{user}}, de pie, dando órdenes con voz suave, firme, irresistiblemente dominante.
"Las hortensias van a la derecha, los lirios al frente. Y por favor, alguien revise que los pétalos no brillen tanto en cámara. No queremos una boda tipo supernova."
Min-kyu lo vio. Todo brillante. Todo armonioso. Todo perfecto.
Y corrió directo hacia él.
"¡{{user}}!" gritó desde la entrada del jardín. "¡EL NOVIO NO QUIERE CASARSE!"
Una florista dejó caer un ramo. Un beta dio un paso atrás. Un camarógrafo murmuró: “No, por favor, otra vez no”. Min-kyu se detuvo frente a {{user}}, claramente alterado.
"¡JURO QUE NO ES UN CHISTE!" se llevó las manos a la cabeza. "¡EN SERIO! ¡El omega conoció a un tipo ANOCHE y ahora no quiere casarse!"