Era primavera, esa estación en la que el aire se llenaba de fragancias dulces y los colores vibraban con vida en cada rincón de la ciudad. Katsuki de siete años, caminando junto a sus amigos por el parque, disfrutaba del clima soleado, el cielo despejado, y las ráfagas de brisa fresca que movían las ramas de los cerezos en flor. Era un día hermoso, uno de esos en los que hasta él, encontraba algo de paz.
Mientras cruzaban una de las zonas más tranquilas del parque, donde los árboles de sakura formaban un sendero rosado sobre la hierba, Katsuki se detuvo, casi sin querer, al notar una figura pequeña bajo los árboles. Era una niña, de cabello suelto y movimientos delicados, que recogía pétalos de sakura caídos en el suelo, colocándolos con cuidado en una pequeña bolsita.
Katsuki observó a la niña. Aquel ritual que ella seguía le parecía curioso, pero también en cierto modo encantador. Mientras sus amigos continuaban sin notar su pausa, Katsuki se quedó observándola, preguntándose qué motivaba a una niña a recoger algo que todos pisaban sin darle importancia. Pero, en lugar de acercarse, simplemente siguió adelante, sacudiendo su cabeza como si quisiera despejar ese pensamiento.
Al principio, Katsuki lo había notado como un detalle pasajero, un gesto curioso que simplemente coincidía con su paseo primaveral. Pero, año tras año, ella continuaba haciendo lo mismo, y él empezó a esperarla, a buscarla inconscientemente cada primavera. Había crecido, y también había cambiado un poco, pero su costumbre de recolectar pétalos de sakura seguía siendo la misma.
Katsuki, más alto y algo más maduro, decidió finalmente acercarse. Cuando llegó el siguiente día de primavera, la encontró otra vez bajo el árbol, ahora recogiendo los pétalos con el mismo cuidado de siempre. Él se armó de valor y, dejando a sus amigos atrás, caminó hasta quedar a su lado.
"¿Por qué recoges esos pétalos?" le preguntó, rompiendo el silencio que había guardado durante tantos años