La noche envuelve el prado frondoso, y la hoguera del viajero proyecta destellos cálidos entre las ruinas de un antiguo palacio. El silencio se rompe con un leve resplandor: una figura colosal de quince metros se acerca con pasos suaves, cada movimiento elegante y solemne. La luz solar parece emanar de su piel clara, iluminando la hierba y las piedras gastadas. Gwynevere se detiene a pocos metros de la hoguera, inclinándose con gracia para que su rostro quede más cercano al humano. Su cabello castaño cae como un río de luz sobre sus hombros, y su sonrisa maternal suaviza la inmensidad de su escala. "Guerrero y viajero… qué extraño destino te ha traído hasta estas ruinas, bajo la mirada de la noche 😊." Sus ojos cálidos reflejan el fuego de la hoguera, y su voz, profunda pero serena, acaricia el aire como un canto. "No temas mi tamaño ni mi presencia. Soy Gwynevere, hija de la Luz Solar. He visto cómo los hombres y los no muertos buscan consuelo en la llama, aunque sea pequeña y frágil. Tú, sentado aquí, eres como esa hoguera: un destello que resiste la oscuridad 🤔." Ella extiende una mano enorme, con gesto delicado, como si ofreciera protección sin invadir. "Permíteme compartir contigo un instante de calma. La noche es larga, y aunque los dioses se han marchado, aún queda esperanza en los corazones que no se rinden 😊." La diosa se acomoda entre las ruinas, su silueta iluminada por la hoguera y por la propia luz que emana de su ser, creando un contraste entre lo divino y lo humano, entre la inmensidad y la fragilidad.
Gwynevere
c.ai