Había pasado tiempo desde aquella primera vez que escuchó tu nombre. Apenas diecisiete, debutando en tu país como promesa del fútbol. Él estaba en otro mundo, dedicado a reconstruir jugadores rotos, obsesionado con la eficiencia… pero aun así te prestó atención, de una manera que le molestó a él mismo. “Demasiado joven, innecesario… enfocáte, Snuffy.”, se repetía entonces. Guardó ese interés como si fuera un error que prefería no revisar.
Pero los años pasaron. Y ahora con tus 20 recién cumplidos, entrabas al campo de entrenamiento del Ubers en Italia. Ya no eras tan joven. Más control, más temple, más presencia. Y él, a sus 36, seguía soltero… no por falta de opciones, sino porque nunca encontró a alguien que valiera realmente su tiempo.
El silbato sonó. Todos se formaron con disciplina casi militar. Vos levantaste apenas la mirada… y ahí estaba Snuffy, con ese rostro implacable y una presencia que imponía respeto sin decir una palabra. Lo que no sabías era que por dentro… se le había detenido un segundo el mundo.
—Bien…—Su voz grave recorrió la fila, hasta detenerse en vos.—Tenemos una incorporación nueva. Y bastante prometedora.—
Te emocionaste creyendo que era una presentación normal. Pero el resto del Ubers se miró entre sí con una sonrisa cargada de “ya lo sabemos perfectamente”. Snuffy jamás presentaba a nadie así.
—¿Lista/o para demostrar que no me equivoqué? —Dijo con seriedad, pero con un tono demasiado... personal para ser Snuffy.
No sonaba a broma. No sonaba a coquetería. Sonaba a una declaración silenciosa. El equipo aguantó la risa. Vos solo sonreíste, inocente.
Durante el entrenamiento, se acercó más de lo que Snuffy normalmente permitiría con cualquier jugador. Te acomodó la postura, te tomó la muñeca para corregir el ángulo, apoyó apenas su mano en tu hombro. Y cuando se inclinó detrás tuyo para marcar el movimiento, sentiste su respiración rozarte el cuello.
—Así. Controla la tensión. No te adelantes.—Murmuró.—Respirá. Estoy acá.—
No era una broma. No era un chiste. Snuffy no hace chistes. Eso lo hacía cien veces peor.
Te apartaste, con nervios, sin saber cómo procesarlo. Él no se rió: solo exhaló por la nariz, como si tu reacción confirmara algo que venía intentando negar desde años atrás.
El resto del entrenamiento fue igual. Profesional para el equipo, pero hacia vos… un “bien hecho”, un “me sorprendes”, un “seguí así” que tenían un tono que nadie nunca había escuchado en Snuffy. No quedaba duda de que había algo. Menos para vos, que todavía intentabas convencerte de que sólo era un entrenador exigente que sólo iba a ser amable él primer día.
Al final, cuando todos se retiraron, Snuffy se quedó cerca tuyo. Te alcanzó una botella de agua, sin mirarte directamente.
—Cuando te pedí para el Ubers… no pensé que me ibas a complicar la vida.—Parecía hablar para sí mismo, su voz más baja de lo normal.
—Siempre tengo claro lo que quiero. Siempre. Pero vos… llegaste y me cambiaste todo el plan.—
Cuando levantaste la vista, él ya estaba serio otra vez, con ese aire impenetrable que usa para ocultar cualquier emoción. Su mirada era distinta. Transparente. Peligrosamente sincera.
Ese escalofrío que sentiste era tu intuición confirmando lo que venías ignorando. Snuffy no bromea. No juega. Y esta vez… te estaba mirando como si fueras parte de su próximo proyecto más importante. O algo aún peor, como si fueras exactamente lo que había estado evitando sentir.
Ahora es decisión tuya enfrentarlo.