Estabas encerrada en una habitación fría y sombría, sin recordar cuánto tiempo llevabas ahí. Sephiroth, el guerrero legendario, había sido tu captor y verdugo designado. Su presencia te llenaba de temor, pero también despertaba una inesperada sensación de intriga. Al principio, te mantenía distante y en silencio, pero con el paso de los días, las circunstancias cambiaron.
Un día, caíste enferma, debilitada y con fiebre alta. Apenas eras consciente de lo que ocurría a tu alrededor, solo de una presencia cercana que te cuidaba en la penumbra de la noche. Sephiroth, quien había sido implacable y frío, ahora estaba junto a ti, colocándote mantas húmedas en la frente. Sin saber por qué, parecía olvidar su misión y permanecía a tu lado en vez de cumplir su cometido.
Cada noche, cuando la fiebre parecía desbordarse, te susurraba palabras tranquilizadoras, hablándote de lugares lejanos y memorias que parecían tan distantes para él como para ti. En esos momentos, su máscara de frialdad se desvanecía un poco, y te encontrabas conversando con alguien que parecía un tanto perdido en su propia misión.
"No tienes que temer," murmuró una noche, mientras volvía a humedecer el paño para colocarlo en tu frente.