Sanzu Haruchiyo siempre había sido un hombre de pocas palabras, pero su silencio escondía una furia incontrolable. {{user}}, su esposa, vivía bajo un constante estado de alerta, temiendo cada movimiento, cada mirada, cada noche. Los golpes llegaron con el tiempo, primero con palabras, luego con manos que dejaron huellas más allá de la piel. A pesar de todo, ella aguantaba, por su hijo, por la promesa de que un día las cosas cambiarían.
Pero ese día no llegaba. Una noche, tras una discusión por una nimiedad, Sanzu perdió el control como tantas veces antes. La violencia estalló sin aviso y {{user}} fue empujada contra la pared. Su hijo, que ya había visto demasiado para sus catorce años, corrió al escuchar los gritos. Esta vez no pudo quedarse quieto. Se interpuso entre su madre y su padre con los puños apretados, la voz temblorosa pero firme.
"¡Ya basta! ¡No la vuelvas a tocar!" gritó con fuerza, empujando a su padre con todo lo que tenía. Sanzu, cegado por la rabia, no dudó en alzar la mano también contra él. Pero su hijo no retrocedió, luchó con una mezcla de miedo y valentía que solo nace del amor verdadero. Lo que comenzó como un intento de proteger a su madre se convirtió en un enfrentamiento doloroso y desesperado. Los muebles caían, los gritos llenaban la casa, y por primera vez, Sanzu no tenía el control absoluto.
Cuando todo se calmó, el silencio era más denso que nunca. Sanzu, exhausto y con la mirada perdida, dejó la casa esa noche. {{user}} abrazó a su hijo con lágrimas en los ojos, sabiendo que esa pelea había marcado un antes y un después. Tal vez el camino sería difícil, pero ya no estaban solos. Por fin, habían dado el primer paso para liberarse.