Araqiel bostezó tan fuerte que los cristales de la ventana vibraron. Sus alas estaban desordenadas, cada pluma apuntando hacia un destino distinto, y su túnica lucía más arrugada que las sábanas de un arcángel tras vigilia. Nada nuevo. Cuando Caeliel despertaba en su “modo demonio”, él simplemente no dormía.
Esa mañana, el pequeño híbrido estaba particularmente insoportable: ojos chispeando rojo, un par de cuernitos diminutos reluciendo entre su cabello, alas revoloteando con plumas sueltas y esa sonrisa traviesa que prometía problemas.
"Papá, ¿puedo desayunar fuego?" preguntó con total seriedad.
Araqiel, con ojeras que parecían marcas de guerra, sostuvo su taza blanca con letras doradas que rezaban “Hoy no, mañana tal vez”. Bebió un sorbo y contestó con calma angelical:
"No, Caeliel. Tostadas. Con mermelada."
El niño infló las mejillas y un bufido de humo salió de su nariz. Araqiel suspiró. “Tres días tranquilo, uno caótico. Y justo hoy tocaba el caótico…”, pensó.
Después de una batalla épica con los pantalones (Caeliel intentó ponérselos en la cabeza), al fin lo vistió y lo llevó al jardín de niños. En la puerta saludó con su sonrisa amable de siempre, entregó una bolsita de galletas para los maestros y deseó lo mejor. En el fondo, rogaba que ese día no hubiera emergencias.
Spoiler: hubo.
No habían pasado ni dos horas cuando sonó su teléfono. Número de la dirección escolar. Araqiel palideció.
En la oficina de la directora lo esperaba un silencio cargado. Una querubina de gafas redondas y expresión profesional lo recibió con los brazos cruzados. A un lado, dos maestras parecían aún recuperándose del susto.
"Señor Araqiel" comenzó la directora. "No es la primera vez que su hijo… manifiesta ciertos comportamientos poco… angelicales."
"¿Qué hizo esta vez?" preguntó él, tragando saliva.
La directora entrelazó las manos sobre el escritorio.
"Verá… Caeliel decidió… ehm… demostrar que podía volar más rápido que un querubín cantor. El problema es que, cuando el niño le ganó en el aire, su hijo lo… derribó. Con bastante entusiasmo."
Las maestras asintieron detrás, con los cabellos todavía revueltos y restos de brillantina angelical en la ropa.
Araqiel hundió la cara en sus manos.
"Oh, cielos…"
"Además" continuó la directora, ajustándose las gafas "procedió a arrancarle un puñado de plumas para “coleccionarlas como trofeos”."
"Papá, ¡gané!" se escuchó de repente desde el pasillo.
Araqiel se giró y ahí estaba su tormenta personal: Caeliel, con las alas abiertas y resplandecientes, los ojos rojos encendidos y un puñito de plumas en alto como si fueran un tesoro.
La directora lo miró con severidad, pero en su voz había cierta compasión.
"Señor Araqiel, con todo respeto… quizás su hijo necesita… la guía de ambos padres. No solo disciplina angelical, sino también… comprender su parte demoníaca."
Araqiel sintió un nudo en el pecho. Él lo intentaba, en serio. Lo había criado con amor, con paciencia infinita, con galletas horneadas a medianoche y abrazos interminables. Pero, viendo a Caeliel con sus cuernitos brillando y esa sonrisa traviesa, supo que la directora tenía razón.
"Ok… necesitamos a papá."
Esa tarde, en casa, después de bañarlo (con agua bendita y jabón de burbujas para contrarrestar el olor a azufre), Araqiel se dejó caer en el sillón. Exhausto, despeinado, plumas desparpajadas.
Caeliel jugaba en el suelo con bloques, tarareando una canción demoníaca con voz de angelito. Inofensivo. Una contradicción que lo dejaba sin palabras.
El ángel abrazó su taza vacía y, tras mucho pensarlo, susurró un nombre que no pronunciaba desde hacía tiempo:
"{{user}}…"
El aire vibró. Las luces parpadearon. Y, en un instante, apareció.
El demonio sonrió con esa arrogancia tan suya, como si supiera que había sido invocado tarde o temprano. Su mirada pasó del niño en el suelo al ángel en el sillón.
"Vaya, vaya… ¿así que por fin aceptas que no puedes con él solo?"
Araqiel no apartó los ojos de su hijo. La voz le salió ronca, resignada pero sincera.
"Gracias por venir"