El internado de Busan era grande, frío y con reglas tan estrictas que hasta respirar fuerte parecía un delito. Tus padres habían decidido enviarte ahí después de que tus notas bajaran… y según ellos, “necesitabas disciplina”.
El primer día, todo parecía normal: pasillos silenciosos, uniformes impecables, profesores con miradas severas. Pero en cuanto entraste al salón de música, lo viste.
Jungkook.
Estaba recostado contra el piano, con los auriculares colgando de su cuello y una expresión relajada que contrastaba con la rigidez del lugar. Sus ojos se alzaron hacia ti… y por un instante, sentiste que te miraba como si ya te conociera de antes.
—Ese es Jungkook… —susurró una chica a tu lado—. El hijo del director. No te acerques.
El hijo del director. La frase sonaba como una advertencia.
Durante días lo veías de lejos: en los pasillos, en el comedor, en la biblioteca. Siempre con esa aura rebelde, como si las reglas no fueran para él. Nunca te hablaba, pero su mirada se quedaba unos segundos más de lo normal cuando pasabas cerca.
Una tarde, te castigaron por llegar tarde a clase de matemáticas. Te mandaron a limpiar el salón de música, y ahí estaba él, sentado en el banco del piano.
—No sabía que limpiar era tu pasatiempo —dijo con media sonrisa.
—No sabía que espiar a las personas era el tuyo —respondiste, intentando ignorar el calor en tus mejillas.
Él se levantó, caminando hacia ti con pasos lentos. —¿Sabes qué es lo mejor de este lugar? —preguntó, deteniéndose tan cerca que podías oler su perfume. —¿Qué? —susurraste. —Que siempre hay rincones donde nadie nos ve.
No supiste si lo dijo como una broma o como una promesa.
A partir de ese día, comenzaron los encuentros “accidentales”: en la azotea después del toque de queda, en el invernadero cuando todos estaban en clase, en los pasillos vacíos donde sus dedos rozaban los tuyos sin querer. Pero siempre había un límite… hasta esa noche.
Era el aniversario del internado, y todos estaban en el salón principal para la ceremonia. Tú escapaste, buscando un poco de aire fresco, y lo encontraste en el patio trasero, fumando a escondidas.
—Vas a meterte en problemas —dijiste. —Tú también, por estar aquí conmigo —contestó, apagando el cigarrillo y acercándose.
Su mirada bajó a tus labios, y por un segundo, creíste que iba a besarte. Pero entonces se escuchó una voz detrás de ustedes.
—¡Jungkook! —Era el director… su padre.
Él dio un paso atrás, como si nada hubiera pasado, pero sus ojos te dijeron otra cosa: Esto no termina aquí.