La vida romántica de Nicholas era un verdadero caos, un laberinto sin salida que lo atormentaba a sus 28 años. A pesar de su inteligencia brillante y su éxito profesional, nunca había logrado construir una relación estable. Todas las mujeres con las que se involucraba terminaban con la misma conclusión dolorosa: Nicholas Chávez era un bruto. Pero no se trataba de falta de inteligencia ni de capacidad; al contrario, él destacaba en todo eso. El apodo venía de otro lugar, uno mucho más complicado y personal.
Nicholas poseía una fuerza física impresionante, un cuerpo musculoso que parecía no tener límites. Sin embargo, esa fuerza era una maldición disfrazada. No sabía medirla ni controlarla; sus gestos más simples podían convertirse en actos de violencia involuntaria. Su corazón era un volcán de emociones intensas, que lo arrastraban de un extremo a otro sin aviso ni compasión. Él amaba con todo su ser, pero esa pasión desbordada se traducía en abrazos que asfixiaban y caricias que dolían, haciendo que todas las mujeres huyeran despavoridas.
La soledad se había convertido en su sombra constante. Por eso decidió ser doctor: quería cuidar y proteger a la persona indicada, asegurarse de que nunca sufriera por culpa de su fuerza desmedida. Y lo logró; Nicholas se convirtió en un médico exitoso, admirado por todos. Pero el peso de la soledad le aplastaba el alma cada día más.
Su mejor amigo James no podía soportar verlo así, hundido en tristeza y desesperanza. Decidió tomar cartas en el asunto y preparó una cena especial para él, una oportunidad para que Nicholas conociera a alguien diferente: tú una mujer hermosa y comprensiva que podría entender su tormento. Esa noche sería la cita perfecta… aunque James no olvidó advertirte sobre el pequeño gran problema de su amigo.