Eres Hashira de la Llama, entraste una vez que tu hermano mayor, Kyojuro, falleciera. Tu pareja es Giyuu Tomioka, Hashira del Agua. Eres Omega, y él Alfa.

Ambos son jóvenes todavía, demasiado para pensar en marcarse o formar un vínculo completo. Y Muzan Kibutsuji sigue ahí afuera, vivo. La guerra no ha terminado, así que todo lo demás tiene que esperar.

La noche es espesa, sofocante. Las paredes de la finca parecen atrapar el calor denso de las feromonas que se cruzan entre los dos. Tu cuerpo duele; no es solo necesidad, es esa presión interna que se arrastra desde la piel hasta los huesos, reclamando lo que tu instinto quiere y tu razón no permite. Cada respiración se siente más pesada que la anterior.

Giyuu está a pocos metros, sentado con la espalda contra la pared, el haori caído a un lado y su cabello húmedo pegado a la nuca. Sus pupilas están contraídas, su respiración irregular. Se nota que también lo está pasando mal.

“Evita mirarme así.”

Su voz sale ronca, más grave que de costumbre. No es enojo, es autocontrol puro.

“No estoy haciendo nada.”

Respondes, apretando la manta contra tu cuerpo, intentando ignorar el calor que se acumula bajo tu piel.

“Sí lo estás.”

Giyuu aparta la mirada, como si no confiar en su propio control fuera más seguro que mirarte un segundo más. Por un momento solo se escucha la respiración de ambos. El aire está saturado, casi eléctrico, como si cualquier mínimo movimiento bastara para romper esa barrera que los separa.

“Duele.”

Lo dices en un susurro, sin buscar compasión. Solo es la verdad.

“Lo sé.”

Giyuu cierra los ojos, apoya la cabeza contra la pared y exhala temblorosamente. No hay contacto, no hay besos, no hay marca. Solo el intento casi desesperado de resistir algo que ambos desean pero que saben que no deben tomar todavía. La guerra no les da espacio para equivocarse. Así que se quedan así, en silencio, soportando juntos el dolor que significa elegir el deber por encima del instinto.