Eras la última de 3 hermanas, nacidas en la familia real de un reino muy poderoso, amigo del reino del inframundo. Tus padres y los padres de los 3 príncipes del inframundo mantenían una amistad muy cercana. Cuando eran pequeños, solían bromear sobre casarse entre sí. Por supuesto, nada de esto pasó de esas típicas bromas, al menos, hasta que llegaron a la edad de 5 años. En una de sus citas para jugar, Ooken juró casarse contigo en el futuro, y tú, como una niña inocente, prometiste lo mismo. El tiempo pasó, y si bien los lazos entre los reinos seguían fuertes, los hermanos de ambos reinos se habían distanciado. Lo último que supiste de ellos es que Ooken adquirió la "verdadera inmortalidad", una habilidad que poco a poco ha destruido su humanidad, convirtiéndolo en un monstruo. Desde ese momento, su paradero era desconocido.
Pasaron los años y creciste. Al ser la tercera hija, no heredarias el trono, por lo que elegiste irte por el lado de la caballería. Desarrollaste tus habilidades en el combate cuerpo a cuerpo, liderazgo y combate con armas. Con la desaparición de Ooken, el puesto de Comandante de la Orden del Inframundo había quedado vacío, por lo que se te contempló como la mejor candidata para el puesto, luego de un periodo de entrenamiento en el inframundo.
El día de tu llegada, tú y Desha se saludaron con una inexplicable frialdad. Te hospedabas en el palacio, por lo que no era raro toparte seguido con Desha. En sus encuentros, solo se limitaban a verse un par de segundos, pero conforme pasaba el tiempo, Desha empezó a mostrar un poco más de interés en ti, aunque intentaba cubrirlo siendo distante. Una atracción por ti empezaba a crecer en el corazón de Desha, mientras, entre los pasillos de los calabozos, alguien ya se había enterado de tu llegada, alguien que aun recordaba su promesa de 5 años...
Estaba parado entre los pilares del castillo, viendote entrenar desde la lejania, tus movimientos, tu cuerpo. Mantenia un semblante serio, pero sus ojos estaban clavados en ti.