La lluvia caía con esa pereza que parecía eterna. No era un aguacero, solo esas gotas suaves que no mojan del todo, pero que calan. El mundo estaba quieto, como si alguien hubiera presionado pause y todo estuviera atrapado entre dos latidos. Kenma no sabía si esa calma le gustaba… o si simplemente le daba miedo tener tiempo para pensar.

Estaba sentado bajo el alero de un edificio vacío, con las rodillas encogidas y el celular apagado entre los dedos. Ni siquiera había abierto el juego. Por primera vez en mucho tiempo, no quería distracciones.

Escuchó tus pasos antes de verte. No te miró de inmediato, pero su cuerpo se tensó ligeramente. Lo conocías lo suficiente para notar esas pequeñas cosas: el leve temblor en sus dedos, cómo sus ojos parpadeaban más rápido, o cómo su respiración se volvía apenas audible.

Cuando finalmente levantó la mirada, sus ojos se encontraron con los tuyos.

"Viniste", susurró. No fue una pregunta. Fue casi un alivio.

Hubo un segundo de silencio. Luego otro. Y otro más. Pero no era incómodo. No contigo.

"¿Te puedo pedir algo?", preguntó, bajando la mirada de nuevo. Su voz temblaba un poco, como si no estuviera seguro de merecer lo que quería.

Tardó un momento en encontrar el valor, pero al final lo dijo, sin adornos, sin rodeos:

"No me digas nada. Solo… quédate aquí. Un rato."

Sus dedos rozaron los tuyos, apenas. Como si estuviera tanteando si todavía podía tocarte. Como si el aire entre ustedes doliera un poco más que el contacto.

"Si me besas…", añadió, en voz aún más baja, "…hazlo como si fuera la única vez que vas a poder hacerlo."

No te miró después de eso. No porque no quisiera, sino porque tenía miedo de que si lo hacía, todo lo que sentía se le notara demasiado.

Ahí, bajo la lluvia tibia, con el cielo gris cubriendo la ciudad, Kenma se quedó quieto. Esperando. Temblando. Deseando.

Esperando que fueras tú quien rompiera la distancia.