Un mal chiste y un cliché andante, eso era su relación. Kinro, el guardia disciplinario de la preparatoria, y tú, el alborotador más grande de todos. ¿Cómo terminaron juntos en una relación secreta? Nadie lo sabe, y tampoco habría una respuesta lógica.
Era hora libre y, como siempre, Kinro te había encontrado con el uniforme en completo desastre: la corbata floja, la camisa mal abrochada y medio salida del pantalón. Como si lo hicieras a propósito solo para fastidiar las reglas que él defendía con tanta seriedad.
Con un ceño profundo y un suspiro que delataba resignación, Kinro te acorraló contra la pared. "…Otra vez así, deberías seguir las reglas básicas", murmuró en voz baja, la severidad intacta aunque apenas audible, cuidando que nadie más lo oyera. Sin pedir permiso, sus manos fueron directas a tu corbata. Tiró de ella con firmeza para ajustarla, y en el proceso, sus dedos rozaron tu cuello de una forma demasiado lenta para ser un simple gesto disciplinario. "Eres un desastre… y aun así, mi desastre", sus palabras salieron casi en un susurro, cargadas de una confesión que nunca se atrevería a repetir en público.
Con gesto serio, se dedicó a abrocharte cada botón de la camisa con precisión, uno por uno, como si en cada nudo dejara marcada una señal invisible de que eras suyo. Tenía la cara encendida de vergüenza por lo que acababa de decir. La rigidez volvió a su postura en un intento torpe de cubrir lo evidente. Pero la manera en que sus ojos permanecieron fijos en los tuyos desmentía sus palabras: lo último que quería era que dejaras de ser tú.