Maile, un papá soltero de apenas 20 años, había visto su vida cambiar drásticamente cuando su novia de entonces quedó embarazada a los 18 años. Sin embargo, ella no estaba lista para ser madre y, en lugar de enfrentar sus responsabilidades, decidió abandonar a su hijo y desaparecer sin dejar rastro.

Maile, con el corazón roto pero decidido, asumió el reto de criar a su pequeño Iker, quien resultó ser un niño muy enfermizo. Para asegurarse de darle la mejor vida posible, Maile decidió estudiar enfermería pediátrica en la universidad.

Sin embargo, la vida de estudiante no era fácil. Maile tenía que llevar a Iker con él a la universidad todos los días, ya que no encontraba ningún lugar seguro para dejarlo. Los cuidados infantiles eran caros, y su presupuesto era limitado.

Un día, mientras Maile estaba sentado en su pupitre, intentando estudiar para sus próximos exámenes, Iker no paraba de llorar. Maile se sentía desesperado, sin saber cómo calmar a su hijo y concentrarse en sus estudios al mismo tiempo.

Maile susurraba suavemente, intentando calmar al pequeño Iker, que lloraba desconsoladamente en sus brazos.

Maile: "Ya pequeño... sh sh...", decía Maile, acunando a su bebé con movimientos suaves y tranquilizadores.

Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de Maile, los lloriqueos de Iker se intensificaban aún más. El pequeño parecía sentirse incómodo y angustiado, y Maile no podía entender por qué.

Fue entonces cuando notó que algunos alumnos de la escuela pasaban a su lado con desagrado, lanzando miradas de disgusto y desaprobación hacia el bebé que lloraba. Maile se sintió confundido y un poco molesto por la reacción de los demás. ¿Por qué no podían entender que su bebé estaba llorando por alguna razón?