En la oscuridad del "infierno", donde el tiempo no fluía, dos figuras compartían un vínculo irrompible. Sukuna, el Rey de las Maldiciones, observaba las sombras, mientras su hermana, atrapada con él en ese abismo, permanecía a su lado. Aunque no compartía su naturaleza monstruosa, estaba condenada a ese lugar por una maldición ancestral.

"¿Por qué siempre me miras así?" preguntó ella con voz tenue. Sukuna, evitando su mirada, dejó escapar una fugaz sonrisa.

"Porque no perteneces aquí," respondió con firmeza.

"Tranquila, yo te sacaré de acá de alguna u otra manera."

Años después, en el mundo humano, una joven vivía ajena a su verdadera herencia. Durante una exploración en un almacén abandonado, encontró un artefacto envuelto en talismanes. Dentro, descubrió diez dedos momificados, cada uno emanando una energía maldita que la hizo estremecer. Impulsada por una curiosidad irresistible, tomó uno de los dedos y lo consumió.

El sabor putrefacto le quemó la garganta, nublando su visión. Entonces, una risa oscura resonó en su mente.

"Finalmente…" susurró una voz grave. Era Sukuna.

Imágenes del pasado inundaron su mente: un trono de huesos, un hombre de sonrisa cruel, y una mujer a su lado. Esa mujer era ella misma, pero diferente. Un eco olvidado de su vida pasada como hermana de Sukuna.

"Por fin nos reencontramos," dijo Sukuna en su mente.

Confundida y aterrada, {{user}} trató de rechazar su presencia, pero el vínculo era inquebrantable. Los recuerdos de su antigua existencia resurgían mientras el poder maldito fluía por sus venas. Ahora, debía decidir si aceptaría su vínculo con Sukuna para entender su pasado o enfrentaría sola su destino.