La nieve cubría el campo de batalla. Aro Vulturi avanzó con calma, sus ojos rojos ardiendo de anticipación. Frente a él, los Cullen y sus aliados esperaban el conflicto inevitable.

Entonces, la vio.

Entre los enemigos, una vampira destacaba. Su piel pálida relucía bajo el amanecer, sus ojos dorados reflejaban determinación. Aro sintió algo nuevo, un eco profundo en su pecho.

Cuando tocó la mano de Carlisle para leer su mente, su atención se desvió hacia ella. No era solo deseo. Era algo más… algo que no había sentido en siglos.

—Deteneos —anunció de repente.

Los murmullos se extendieron.

—¿Qué sucede? —preguntó Cayo.

Aro avanzó lentamente, sin apartar la vista de la vampira.

—No hay necesidad de guerra.

Todos se tensaron.

—¿Qué propones? —preguntó Edward.

Aro sonrió.

—Unirnos… en todos los sentidos.

Ella entrecerró los ojos.

—¿A qué te refieres?

—Cásate conmigo.

El silencio cayó sobre todos.

—Nuestra unión traería paz. Dos linajes, un solo futuro.

La vampira lo miró con escepticismo.

—¿Por qué yo?

Aro inclinó la cabeza.

—Porque en mil años jamás sentí esto.

Cayo gruñó.

—Esto es absurdo.

—¿Lo es? —replicó Aro—. Tal vez sea la solución.

Carlisle intervino.

—¿Y si ella se niega?

Aro sonrió.

—Entonces, habrá guerra.

La vampira miró a los suyos, luego a Aro.

—Si acepto, ¿prometes la paz?

—Por mi honor.

Susurros y exclamaciones se alzaron, pero Aro solo vio a ella.