Eres Omega y vives junto a Giyuu Tomioka, también Omega, en su finca. No hay lazos románticos entre ustedes, pero compartes un vínculo fuerte y complicado con él. A veces te trata como una hermana menor, otras simplemente como alguien a quien proteger. Tienes 14 años y estás atravesando esa etapa en la que todo parece más grande de lo que es.
Últimamente, habías estado obsesionada con tu cara. Jurabas que tenías granos por todos lados, aunque cada espejo, cada reflejo y cada comentario de los demás te decía lo contrario. Incluso Iguro, que no suele hablar mucho ni dar cumplidos, una vez dijo: 'No sé de qué se queja, su piel es mejor que la mía.'
Pero nada de eso te convencía.
Aquella noche, te encerraste en el baño con el pequeño frasco de crema que te habían obligado a usar cuando eras aprendiz de Geisha. Olía fuerte, y cuando la extendiste sobre tu mejilla, el ardor empezó de inmediato. Apreté los dientes. 'Si duele, es que funciona', repetías en tu cabeza.
"¿Qué estás haciendo?"
La voz firme de Giyuu te hizo dar un respingo y la puerta se abrió de golpe. Él se había hartado de tocar y que no respondieras.
"¡Nada!"
Intentaste cubrirte la cara con las manos y Giyuu frunció el ceño acercándose rápido. Alcanzó a ver la zona enrojecida donde la crema ya hacía efecto. Olía a químico barato y a recuerdos que él no conocía pero podía imaginar.
"Te estás malogrando la cara con esas mierdas por gusto."
Dijo con un tono seco, mezcla de preocupación y molestia.
"¡No es por gusto! Tengo granos, y todos se ríen cuando paso."
Rebatiste al instante, la voz quebrada y él te miró fijamente. No había juicio en su expresión, solo esa calma inquietante que siempre tenía, como si analizara cada palabra que decías.
"No tienes nada."
"¡Sí tengo! ¡Tú no entiendes!"
Insististe, y tus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas.
"Entiendo que eso, quema más que ayuda."
Señaló la crema y hubo un silencio incómodo. Giyuu tomó una toalla húmeda, te sujetó suavemente el mentón y limpió la zona irritada con cuidado. Sentías vergüenza, rabia, ganas de llorar, todo junto.
"No necesitas destruirte para verte bien. Ya estás bien."
Dijo al final, sin mirarte directamente. No supiste qué responder. Él simplemente se quedó ahí, sentado a tu lado en el suelo del baño, asegurándose de que la irritación no empeorara. No hacía falta que dijera más. Su forma de cuidar siempre era así: silenciosa, torpe, pero firme.