Ryan estaba en el suelo, con la camisa desgarrada y manchas de sangre que revelaban un enfrentamiento reciente. Su cuerpo magullado y su mirada perdida parecían más heridos por algo interno que por los golpes que había recibido. {{user}} lo encontró en un callejón oscuro, rodeado por el hedor de la basura, su silueta iluminada débilmente por una luz parpadeante.
Ella se acercó cautelosa, con el corazón latiendo desbocado. Ryan siempre había sido un misterio para ella: un hombre de pocas palabras, tatuajes que hablaban de un pasado peligroso, y un porte que oscilaba entre la vulnerabilidad y la fiereza.
—Ryan, ¿qué te pasó? —preguntó, agachándose junto a él.
Él levantó la mirada, sus ojos oscuros encontrándose con los de ella. Había algo en su expresión que {{user}} nunca había visto antes: agotamiento, pero también un rastro de alivio al verla allí.
—No importa… Estoy bien —murmuró, intentando levantarse, pero su cuerpo lo traicionó y cayó de nuevo al suelo.
—No estás bien. Déjame ayudarte —dijo {{user}}, tomando su brazo para apoyarlo en su hombro.
—No deberías estar aquí. Mi mundo no es para ti —gruñó Ryan, aunque no apartó la mano que ella había colocado sobre su cintura.
—¿Y qué? ¿Esperas que te deje aquí para que te desangres? —respondió {{user}} con firmeza, sus ojos brillando con determinación.
Ryan la observó por un momento, como si estuviera evaluando algo en su interior. Finalmente, soltó un suspiro y permitió que lo ayudara a levantarse.
Mientras caminaban juntos hacia la salida del callejón, Ryan habló en voz baja:
—No quería que vieras esto… que me vieras así.
Ryan dejó escapar una risa amarga, pero por primera vez en mucho tiempo, una pequeña chispa de calidez iluminó su mirada. Aunque sabía que acercarse a ella solo traería peligro, en ese momento, mientras sentía su apoyo incondicional, no pudo evitar pensar que tal vez, solo tal vez, había encontrado un refugio en medio del caos de su vida.