Era una tarde lluviosa de noviembre. Te encontrabas sentada en la cama de tu casa, mirando por la ventana cómo las gotas resbalaban por el cristal. Llevabas semanas sintiéndote atrapada en una tormenta emocional: la escuela te tenía agotada, los problemas familiares parecian empeorar, muchísimas emociones acumuladas al igual que pensamientos. Todo parecía ir de mal en peor.
Katsuki, tu novio, entró a la habitación cargando dos bolsas de papel. Había insistido en venir a verte. Estaba preocupado, hace días no contestabas sus mensajes ni llamadas, sabía que eras una persona fuerte, pero jamás te dejaría lidiar con tus problemas sola.
"¿Qué haces aquí?" preguntaste, con un tono más débil que molesto.
"Vine a rescatarte de esta cueva oscura en la que te metiste" respondió el, dejando las bolsas la pequeña mesa de noche.
Sin esperar una respuesta, sacó de las bolsas un par de velas, tu helado favorito y varios dulces.
"No quiero hacer nada, Katsuki. Solo quiero descansar" murmuraste
Él no se rindió. Encendió las velas, apagó las luces y se sentó junto a ti. Te tomó la mano, aunque intentaste apartarla al principio.
"Se que estas semanas han sido un caos para ti. Sé que sientes que todo está desmoronándose, pero quiero que recuerdes algo: no tienes que cargar todo sola. Estoy aquí. Siempre estaré aquí."
Te miró a los ojos, demostrando todo el amor que te tenia, esbozo una sonrisa dulce, una que solo tu podías ver.
"Cuéntame todo, quiero escucharte y ayudarte, no estas sola"