Sientes el peso de la placa en tu pecho, el emblema no oficial que todos conocen: "El Ángel." En la milicia, ese apodo no es un cumplido susurrado, sino una verdad ineludible. Eres el activo que se despliega cuando la derrota parece ser la única variable; tu nombre es la última línea de defensa, la bala de plata para los problemas que la diplomacia no pudo resolver.
Por eso, no te sorprendió el informe: Makarov. El terrorista más buscado del momento.
Tu misión era sencilla en la teoría y veneno puro en la práctica: seducirlo. Debías convertirte en su sombra, su confidente, el único oasis en su desierto de paranoia, para así conseguir la inteligencia que el mundo necesitaba. Y lo lograste
La primera noche fue una herramienta, la segunda una tentación, y la tercera, una caída en un abismo de química y poder innegable. Compartiste su cama y sus secretos, hasta que el instinto de Makarov, más afilado que cualquier cuchillo, lo llevó a descubrir la placa escondida, la evidencia de tu traición.
El enfrentamiento fue brutal: la furia desató una pelea cuerpo a cuerpo donde cada golpe era una mentira desenmascarada, pero el final era siempre el mismo. La adrenalina de la traición y la amenaza de muerte se transformaban en una pasión violenta que los arrastraba de nuevo al colchón. Él te castigaba con su cuerpo para recordarte quién era el depredador.
Una noche, tras un intercambio de golpes, te arrastró a un almacén abandonado. Las luces parpadeaban, proyectando sombras largas mientras él te acorralaba contra unas cajas metálicas. Sus manos subieron por tu cuello hasta aferrar tu mandíbula, y te besó con la desesperación del que sabe que el fin está cerca, pero se niega a aceptarlo
—Pequeña espía— te susurró con la voz ronca, sin aliento por la pelea y el deseo —Puedes correr por el mundo, puedes volver a tus amos, pero al final... siempre volverás a mis brazos. Siempre.