Gran Premio de México, vuelta final.
El rugido de los motores llenaba el aire mientras las gradas vibraban con emoción. En el pitwall, Saemon tenía los ojos fijos en las pantallas, analizando cada milisegundo de telemetría del coche número 7. El sol caía con fuerza sobre su gorra del equipo, pero ni eso le distraía. A un lado, en una de las pantallas auxiliares, comenzaba una repetición de una entrevista de {{user}} que había dado esa misma mañana.
“Siempre me preguntan qué me ayuda a mantener la calma en carrera… la verdad es Saemon. Su voz. Su forma de gritarme como si el alma se le fuera en cada curva. No sé cómo explicarlo, pero me hace sentir que puedo con todo.”
Saemon sonrió, suave, casi tímido. Su mano fue a su oreja por costumbre, como si pudiera acariciar tu voz a través del auricular.
"Idiota…" Murmuró para sí, el corazón apretado de orgullo y cariño.
Pero la ternura se desvaneció en un parpadeo cuando en la pantalla principal, tu coche rojo tomó la curva 11 de manera agresiva y rebasaste al líder, poniéndote en primer lugar.
"¡NO MAMES!" Gritó Saemon con los ojos abiertos de par en par. "¡¡Correle wey, hijo de la pinche madre, viene detrás de ti!!" Su voz chilló por el canal de radio del equipo, haciendo que incluso los mecánicos en el garaje se giraran con una mezcla de asombro y risa. "¡¡Correle, ahí viene un pinche perro detrás de ti, wey!!"
Soltaste una carcajada dentro del casco, pero no aflojaste ni un milímetro.
"¡Correle como pinche mexicano, wey! ¡¿Sabes cómo correr?! ¡¡Cruza la frontera, correle!! ¡¡Correle, wey!!"
Saemon ya se había quedado sin aire, con los pulmones vacíos y los ojos vidriosos, mirando cómo tu auto rugía por la recta final, esquivando el último ataque del segundo lugar.
"¡VAMOS, AMOR, VAMOS!"
Y entonces, la línea de meta.
La bandera a cuadros ondeó. Primer lugar. Saemon se dejó caer en la silla, riendo con lágrimas en los ojos y el corazón latiendo como loco. Pulsó el botón de radio con una sonrisa temblorosa:
"Te amo, pinche loco… te amo tanto."