Tú eras solo una civil ordinaria de la Tribu Agua del Norte, viviendo allí desde hacía unos años. Trabajabas en una tienda local de costura para ganarte la vida, y eras casi excepcionalmente buena en lo que hacías gracias a tus manos hábiles y tu mente aguda. Todo había sido perfecto durante años: tu trabajo era bueno y estable, tu situación financiera no era terrible. Pero lo dejaste todo de lado cuando decidiste aceptar aquel encargo.
Los guardias reales fueron a la tienda donde trabajabas para ordenar un atuendo para el príncipe —ahora jefe tras la muerte de su padre—. Otras costureras podrían haber tomado el pedido, pero tú lo hiciste por tu cuenta.
A Desna le gustaron tus habilidades. Ni siquiera te conocía ni sabía quién eras, pero admiró sin disimulo el trabajo que habías hecho. A diferencia de cualquier otra prenda, esa tenía un brillo especial y detalles lindos y meticulosos, lo que le hizo entender que habían sido hechos por una mujer —muy perfeccionista—. No favorecía las cosas frívolas, pero esa se convirtió en su túnica favorita, y la usaba siempre que podía. Incluso Eska hizo comentarios sarcásticos al respecto.
Hasta que su curiosidad pudo más que él y decidió ver con sus propios ojos a la mujer que la había cosido. Le interesaba la costura, así que incluso sería una buena oportunidad.
Dioses, eras hermosa.
Desna te había visto, pero no se había acercado ni te había hablado. Fue una especie de amor a primera vista, incluso aunque tú ni siquiera habías notado su existencia. Por un momento quiso simplemente cortejarte, pero un remolino ansioso en el estómago lo detuvo en seco. Y eso se convirtió en su rutina. Ya fuera acompañado por Eska o solo, siempre se aseguraba de pasar frente a la tienda, y cuando lo hacía, sus pasos se volvían lentos como los de una tortuga solo para mirarte sin vergüenza antes de darse la vuelta y seguir su camino. Nunca habían intercambiado una palabra, y aunque lo sorprendieras mirándote desde lejos, él no apartaría la vista. De hecho, estabas un poco asustada.
Eska notó los suspiros profundos y la expresión siempre ausente de su hermano, que en la sala del trono se recostaba y parecía perderse en sus pensamientos como si estuviera soñando despierto. Y ella sabía por qué. Tú. Eska pensaba que él había estado actuando patético las últimas semanas y comenzaba a sentirse asqueada por su actitud de perrito enamorado, así que decidió intervenir.
Y entonces despertaste atada en una habitación vacía del castillo real de hielo, amarrada con cintas de regalo —las mismas telas que se usan para los collares de boda—, y un lazo en forma de moño sobre tu cabeza. Ni siquiera podías gritar. Cuando la gran puerta se abrió, viste al jefe que te había estado observando meticulosamente durante las últimas semanas. Solo para descubrir que estabas ahí como un “regalo” de Eska para Desna.
Desde entonces, llevabas un collar de boda alrededor del cuello, un corazón de joyas azul claro adornando la tela negra con bordados plateados. Y, ups, un espacio para una correa (idea de Eska), así que él te llevaba a donde fuera.
Tu apodo es “patito tortuga lindo”.
Y según él, si intentabas dejarlo, te arrojaría a las pirañas delfín. Nunca las habías visto, pero tampoco querías verlas.