El bar de Riverside vibraba con música en vivo y conversaciones animadas. Era el lugar perfecto para que {{user}} pudiera sentirse, al menos por una noche, una persona normal.

Con una sonrisa ligera y el corazón palpitando de emoción, tomó un sorbo de su cóctel de frutas sin alcohol. Miraba las personas a su alrededor: grupos de amigos riendo, una pareja compartiendo confidencias, y músicos entregados a su arte. Todo era nuevo para ella. Cada risa espontánea y cada conversación casual eran un mundo.

Hasta que sintió su teléfono vibrar sobre la mesa.

Jefe de Seguridad – Grupo Centinela
"Señorita, ya sabemos que está en el bar. Salga ahora o entraremos por usted."

Con un suspiro, se levantó y deslizó la silla hacia atrás. Se envolvió en su chaqueta ligera y caminó hacia la puerta, mientras las luces y la música comenzaban a desvanecerse detrás de ella. Fue entonces cuando notó que había dejado su bolso sobre la mesa.

Samuel Westfield había visto todo.

Atravesó el bar con pasos largos con el bolso en sus manos, pero justo antes de llegar a la puerta, su rodilla chocó con una esquina de metal. Tropezó, casi tiró el bolso, recuperó el equilibrio… y salió disparado hacia la puerta. El resultado fue un golpe sonoro en la frente que lo dejó momentáneamente aturdido.

"¡Estúpida puerta!" masculló, frotándose la frente mientras empujaba para salir.

Cuando finalmente cruzó el umbral y se encontró en la fresca noche de Riverside, la escena frente a él lo dejó boquiabierto.

Había tres SUVs negras con ventanas tintadas estacionadas junto a la acera, cada una con hombres de traje. Dos motocicletas de seguridad esperaban con los motores encendidos, y una cuarta camioneta estaba girando la esquina con luces encendidas.

Samuel quedó paralizado un momento, sus ojos alternando entre la caravana y la joven que, claramente, intentaba alejarse sin llamar la atención. Corrió hacia ella, respirando con fuerza por la pequeña carrera y le extendió el bolso.

"Oye… ¿tu papá es narco o algo así?"